domingo, 21 de marzo de 2021

Clases en estado de alarma.

Hace un año nos confinaron. Hace un año, 24 horas de un día nos cundían como 36. Nos daba igual que fuera sábado o martes.

Recuerdo aquellos primeros momentos de incertidumbre. Desconocíamos cuánto durarían esos 15 días anunciados del estado de alarma. Al principio estábamos todos más perdidos que un pulpo en un garaje. No sabíamos cómo conectar con los niños, y si nos conectábamos, no sabíamos qué decirles...

Cada uno lo vivió de una manera, los tutores, los especialistas, los que trabajamos en pueblos, los que trabajan en centros grandes, los que vivimos en la zona rural... 

Las que además éramos madres, otra película aparte.

Empezamos, mi compañera la especialista de AL y yo, a contactar con los alumnos y alumnas. Que no tenían las credenciales para entrar en Teams y no sabían ni qué era eso del Teams, que no tenían ordenador, que el móvil no dejaba instalarlo y que lo poco que había era para compartir en algunos de los casos. Guiadas por dos compañeros que nos dijeron los atajos que habían tomado para habilitar a los niños mientras llegaban, y no, las instrucciones para hacerlo como la Junta mandaba, mano a mano con las madres y padres, con las hermanas mayores... el sábado por la tarde lo teníamos. 

Al mismo tiempo, una amiga me enseñaba cómo usar Teams, cómo tener mil pantallas para compaginar el libro digital, la pizarra en la que trabajábamos, el chat con los alumnos...,  y luego yo se lo explicaba a otra amiga, y a otra... para luego llevarlo a la práctica con los alumnos. A las dos de la mañana, nos conectábamos, hablando bajito, como si estuviéramos haciendo algo ilegal para probar lo que al día siguiente haríamos en clase. 

Los alumnos respondieron más que bien y mejor que mejor. Era consciente desde el primer momento que buscaban el contacto y que se alegraban de tener clase. No faltaron nunca. Solo un alumno, por un problema familiar (y me pidió recuperar la clase) faltó una hora y otra alumna por problemas de conexión y dispositivos no pudo conectarse con la plataforma, y lo suplimos como pudimos, dando clase por whatsapp. 

Cuando vuelvo a esos días, recuerdo un "trabajar de continuo".  Tutorías mientras sacaba a pasear al perro o mientras hacía la comida. Solucionar problemas a cualquier hora y en cualquier habitación de la casa. Seguir la evolución de la operación de la mascota de un alumno o ser el público de un concierto de ukelele improvisado. Enseñarles por el balcón cómo era mi pueblo o si llovía. Dar clase a una alumna en diez ubicaciones distintas (cocina, salón, dormitorio, distintas habitaciones de la casa de la abuela, y en el coche) o dar clase a un alumno con su cámara apagada porque estaba comiendo un bocadillo de chorizo puesto que se había levantado con el tiempo justo para la clase y no había desayunado. Aparatos enchufados siempre porque se acababan las baterías: ordenador, tablet, móvil... 

Si me dicen que el aula iba a ser el dormitorio de mi hijo, que daría clase a un alumno en pijama (él), que diría "un momento que pita la panadera, ahora mismo vengo", que mi hijo se sabría el nombre de cada alumno y alguna característica, que con chancletas y calcetines explicaría el volumen de una pirámide ayudada por los legos, que daría clase por whatsapp, que tuvimos que acabar una actividad mientras yo hacía un sofrito porque nos llevó más tiempo del que duraba la clase. Nunca lo hubiera imaginado, y creo que hasta habría apostado algo. La cabeza no, que la perdí hace años. 

La casa llena de alumnos  mientras las calles estaban vacías. Fue una aventura increíble. Y los alumnos y alumnas más increíbles aún. Espectacular. Agotador y espectacular.

El vídeo es un miniresumen, porque no hice foto todos los días y porque no debo sacar a los alumnos.




Y en este enlace podéis escuchar cómo lo cuento:

Estudiar desde casa


Lo de menos eran los ángulos y las tablas.

Lo importante era estar. Acompañar.