sábado, 7 de mayo de 2022

Magdalena Sanchez Blesa, o la sensibilidad

 He leído y he escuchado a Magdalena en muchas ocasiones y siempre esbozo una sonrisa con sus palabras.

El otro día leí esta entrada en Facebook y me gustó tanto que busque si estaba en algún blog para compartirla. No lo encontré y le he pedido permiso a ella para compartirlo fuera de la red social, y me ha dicho que si. 

Es algo que yo digo muchas veces sobre nosotros, los docentes: "no sabemos el alcance que tienen nuestras palabras, nuestras miradas, nuestras acciones". Este texto es un buen ejemplo de ello:


Matemáticas
Tuve una vez un profesor que no daba ni un chavo por mí. Cada vez que me sacaba a la pizarra, invocaba a grito limpio al Espíritu Santo para que bajase a ayudarme a resolver los problemas de matemáticas. Me temblaban las piernas cuando decía mi nombre y comenzaban a sudarme las manos y el alma.
Cuando miraba el horario por las mañanas y veía que me tocaba la asignatura de matemáticas, temblaba como un flan. Nunca se me dieron bien. Amé sociales, amé lengua y literatura, amé naturaleza, pero matemáticas fue siempre mi asignatura pendiente.
Yo creía que no se me daban bien y por eso me reñía. Ahora, ya de adulta, comprendo que era al revés. Me reñía y por eso se me daban tan mal.
Acababa de perder a un padre, tenía tristeza para cargar un tren, y cuando me enfrentaba a aquel profesor y me gritaba de aquella manera tan despiadada, poniendo su cara a un centímetro de la mía para preguntarme las tablas de multiplicar, no atinaba a decir ni uno solo de los resultados.
-¡Dos por dos! ¡Seis por ocho! ¡Nueve por cuatro! ¡Cinco por nueve! ¡Burra!
Con eso concluía siempre.
- ¡Vaya carrera llevas, vas a ser la más tonta del pueblo!
La vergüenza me hacía irme llorando hacia mi casa cada vez que esto pasaba. Este profesor llenó de inseguridad y de miedos mi infancia. No sé si lo he perdonado, quizá si, pero sé que no lo he olvidado nunca. Aborrecí las matemáticas para el resto de mi vida, y mira que son hermosas. Fui incapaz de aprobar un solo examen con él. Repetí curso. Había enterrado a un padre hacía poco. No estaba para gritos, ni para cuentas, ni para insultos. Necesitaba que se me subiera la autoestima, que se me acariciara el pelo y se me explicara con dulzura que una multiplicación consiste en hallar el resultado de sumar un número tantas veces como indique otro. Necesitaba que me dijera que iba a conseguirlo, que sería una persona brillante en la vida donde quiera que estuviese. Necesitaba un empujón, un aliento, un guiño. Necesitaba delicadeza, fuerza para salir adelante de aquella tristeza infinita.
Hoy he escuchado a una amiga de mi hija decir que repitió curso porque tuvo problemas. Lo ha dicho con la voz apagada, mirando al suelo, tímida, intentando excusarse por haber repetido. Se me ha venido a la cabeza mi profesor, mi infancia, mi padre, las matemáticas, la palabra burra. Se me ha venido de pronto esa invocación que hacía mi profesor al Espíritu Santo cada vez que yo salía a la pizarra, y también cuando me dijo que iba a ser la más tonta del pueblo.
Inmediatamente le he dicho a la amiga de mi hija:
- Vales mucho, amiga mía. Mucho. Tienes un futuro maravilloso estés en donde estés. Serás una gran luchadora. Le he pasado una mano por el pelo, le he guiñado un ojo. Le he prometido que lo va a conseguir, que no se preocupe. Le he dicho todo lo que este profesor no supo decirme a mí, y que me hizo tanta falta para aprobar su asignatura.
Nadie es el más tonto del pueblo, profesor. Hay jóvenes a los que se les da mejor trabajar que estudiar, hay jóvenes que tienen más problemas y otros menos, pero nadie es el más tonto del pueblo, ni el más listo del pueblo. Se equivocó usted en la enseñanza. Fracasó usted, no yo. Podría haber sido quizá una gran matemática si me hubiese tratado con cuidado, con respeto, quién sabe. Gracias, por cierto, a mi querida Doña Celia, por haberme explicado con tanta dulzura la poesía.
Me dirijo a todos los profesores que aman a sus alumnos y les hacen amar cada clase que imparten. Gracias, de todo corazón. Sigan alentando a los niños y a los jóvenes, para que no aborrezcan su asignatura. Cada una de esas criaturas es el futuro del mundo. Háganles saber, que nadie es el más tonto del pueblo, ni el más listo del pueblo. Pásenles una mano por el pelo de vez en cuando, despejen sus frentes, mírenlos a los ojos y díganles que valen mucho. Tal vez acaben de perder a un padre, quién sabe...

Esta es su página. Si no la conocéis os la recomiendo. Es una delicia leerla y escucharla.

https://www.magdalenasanchezblesa.com





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